10 de febrero de 2009

Zen

 

De acuerdo con la teoría cuántica, se podría decir que desde la aparición del hombre en la tierra todas sus actividades potenciales ya estaban determinadas, la historia se había configurado en todas sus posibilidades y, a lo largo del tiempo, el hombre simplemente descubriría su destino. Pero en 1927 Heisenberg descubrió el principio de incertidumbre, que no solamente puso en evidencia la imperfección del pensamiento humano, sino que encontraría en él una de las últimas barreras de la naturaleza. El descubrimiento significó, en términos filosóficos, un argumento en contra del determinismo racional, en favor del libre albedrío. El hombre ya no descubriría más su propio destino, lo construiría a partir de su voluntad, ahí radica el Zen.

Personalmente, y me atrevería a afirmar que no soy el único, encontrar las aplicaciones de aquello que pertenece a la unidad del todo, del universo, resulta un intento improductivo para el esfuerzo de la razón. La ciencia lo ha demostrado una y otra vez: Newton creyó haber encontrado la fuerza que regía a todos los cuerpos del universo, llegó Einstein y lo refutó con su teoría de la relatividad general, a su vez Einstein creyó haber encontrado en la teoría del campo unificado la razón del mundo físico; él mismo se refutó. Así que tal vez yo mismo falle en este intento, sin embargo, que sea improductivo para la razón no significa que no tenga sentido para nuestra vida, por el contrario, representa aquella fuerza que configura todo, el equilibrio, la voluntad.

La voluntad entendida como el ímpetu que poseemos para tomar decisiones, para elegir entre hacer o no hacer, estar o no estar, ser o no ser, y cambiar toda la configuración del universo con conciencia pero sin conocimiento. Basar las decisiones en los principios de sabiduría, amor, y voluntad permiten establecer una mejor relación entre nuestra existencia y la de los demás. En ocasiones se piensa que pasar desapercibido es no alterar el orden existente y respetar el equilibrio que tienen las cosas. No obstante, este pensamiento es doblemente falso, pues en primer lugar, la mera existencia es una forma de alteración de la estructura de la que ya somos parte, y en segundo, no se trata de pasar desapercibido, sino de respetar y de tener conciencia que somos un elemento importante de aquella única constante universal, el cambio.

Que tengamos la posibilidad de elegir una opción particular dentro del abanico infinito de posibilidades de acción, la vuelve especial. Es una situación tan común que no se le da la menor importancia, y es que tal vez no la tiene. Cargar de valor el concepto de elección, sería el equivalente a reducir todo el universo a un par de conceptos. Entonces, ¿qué sentido tiene? es la pregunta. Ninguno, basta con intentar dejar de racionalizar tales conceptos para comprehender.

Es probable que antes de acercarme a este concepto tan profundo que atañe a la existencia no haya sido consciente de que en alguna medida, de alguna manera, en algún lugar, quizá siempre he sido partidario de dicha noción, pues como dirían los que saben de esto, uno siempre es parte del Zen le guste o no, lo sepa o no.

Y es que la cantidad de ocasiones, vivencias, pensamientos, palabras, personas, tiempos y espacios que recuerdo cada vez que pretendo enlistar la forma en que el Zen ha estado presente en mi vida es interminable. El Zen es un concepto omnipresente, pues por definición, se involucra con todo lo que es, no es, será y ha dejado de ser. Eso es lo que le otorga un cierto grado de universalidad, es decir, la relación íntima que guarda con las causas y los efectos más recónditos del tiempo. Es un principio, que sin confundirse con máximas morales, es el rector de todo el orden y el caos. En ese sentido, todo actúa de acuerdo con ese principio.

Existe una teoría desarrollada por científicos estadounidenses que plantea la eventual unión de todos los cuerpos del universo a causa de la gravitación. Pruebas conseguidas a través de la observación del movimiento de las galaxias verifican esta hipótesis. Entonces, dice el astrónomo ingles S. Hawking, el tiempo se detendrá a causa de la falta de movimiento como referente del cambio, y surgirá un nuevo espacio-tiempo a partir de un nuevo Big Bang, incluso varios. Hay muchos espacio-tiempos que se crean y desaparecen como burbujas en una gaseosa. Es probable que este momento que vivimos ahora, según esta teoría, ya haya sucedido, una, dos, tres, cuatro, o mil veces[1].  Ese proceso es parte del Zen, que sin lugar a dudas tiene una fuerte incidencia en la existencia de cada uno de nosotros, y de nosotros en él. El tiempo pasará, nosotros ya no estaremos físicamente para ser testigos de tan espectacular acontecimiento, tal vez nuestro andar por aquí no se note, quizá nuestras fuerzas se fundirán con el resto del universo, nuestras memorias se borrarán, pero algo es seguro, se percibirán.



[1] Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso, vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe.
Jorge Luis Borges, Argumentum ornithologicum.

No hay comentarios: